Amanece nublado y sin viento, parece un buen augurio, lo tendremos que
confirmar un poco más tecnológicamente que la simple apreciación visual.
Sintry y Andrea se afanan en la preparación de comidas, llenamos los
tanques de agua. Vienen Carlos y Jesús con un amigo suyo Pepe, a quien conozco
de la otra recalada en Almería en 2009.
Traen la “Rosarita” (creo que se llama
así) que es una furgoneta que Carlos tiene habilitada como casa rodante,
equipada por él a modo de “motor home” artesanal. Sobre su techo cargamos al
dingui, que de estar “triste” por intuir su jubilación y tal vez muerte, pasa a
un estado de alegría al tener de modo imprevisto un destino novedoso, con
jóvenes que le imprimirán su energía, le enseñarán nuevas playas y ensenadas;
las lubinas, los pulpos y otros seres marinos se ¿amontonarán? En su interior.
Lo veo allí arriba en la baca y le deseo que haga felices a estos muchachos
–bueno, ya no tanto- que siguen teniendo mente de tales, aunque en su vida
profesional hayan alcanzado ya metas que pocos de su generación han conseguido
y yo estoy seguro que culminarán en el futuro los proyectos en los que se
impliquen; espero ser testigo de ello.
A las 11 salimos de puerto, izamos la mayor con dos rizos, aunque el viento
es de morro total.
Leo lo que han escrito Jesús y Carlos y me emociono, me siento orgulloso de
haber podido formar parte de su vida e influir en ellos positivamente y que en
la corta convivencia de dos semanas se generaran tantos sentimientos entre
nosotros. Tal vez algo avergonzado por sus elogiosas palabras, pero a uno le
gusta oír parabienes, aunque vengan deformados por el afecto. Así se compensan
las críticas, que de todo hay en la vida y es bueno que así sea.
Dulcemente llega el momento del Ángelus, que tomamos en cubierta con sol y
viento suave, cruzo los dedos pensando en el momento de doblar ese cabo que
junto con el Ténaro y Maleas en Grecia, tienen fama de ser los “Hornos” del Mediterráneo.
¡Qué rara se ve la cubierta sin el dingui reposando en ella! ¡El camarote
de proa tiene luz natural!
Vamos dando bordos para ganar barlovento y poner rumbo al cabo de Palos, se
encuentra a 93 millas ¡Por fin a las 19 horas tenemos al través el cabo de Gata
con su “mechón canoso” en su pelambrera volcánica oscura! Parece que todo está
en orden, sacamos la trinqueta pequeña, la mayor va con dos rizos desde puerto,
es un poco exagerado, pero… más vale ser precavido.
La tarde invita a un gintonic, Madeleine Peyroux nos deleita con su voz
melodiosa y lánguida, muy adecuada para el atardecer matizada por un saxo.
CARELEES LOVE es mi canción preferida. En este estado de placidez, brindo por
todos los tripulantes que lo serán en esta travesía, cuyas primeras millas, con
sus primeras dificultades- ya han sido superadas.
Entramos en el golfo de Vera, donde por dos veces hemos estado rodeados de
calderones, en las dos ocasiones nos bañamos rodeados por ellos ¿habrá una
tercera? Me temo que no, entre otros aspectos porque gran parte será de noche.
Calma el viento y el mar, podemos cenar el pollo cocinado en ¡África! ¡Qué
lejos está ya! Es lo que pasa en esta vida nómada, se acumulan las experiencias
y parece que lo que ocurre cada día se diluye en la memoria, detalles como éste
ayudan a centrar.
La noche pasa tranquila, aunque el viento sigue en contra.
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