jueves, 21 de mayo de 2015

Fase-A - Día 4




Amanece nublado y sin viento, parece un buen augurio, lo tendremos que confirmar un poco más tecnológicamente que la simple apreciación visual.


Sintry y Andrea se afanan en la preparación de comidas, llenamos los tanques de agua. Vienen Carlos y Jesús con un amigo suyo Pepe, a quien conozco de la otra recalada en Almería en 2009. 
Traen la “Rosarita” (creo que se llama así) que es una furgoneta que Carlos tiene habilitada como casa rodante, equipada por él a modo de “motor home” artesanal. Sobre su techo cargamos al dingui, que de estar “triste” por intuir su jubilación y tal vez muerte, pasa a un estado de alegría al tener de modo imprevisto un destino novedoso, con jóvenes que le imprimirán su energía, le enseñarán nuevas playas y ensenadas; las lubinas, los pulpos y otros seres marinos se ¿amontonarán? En su interior. 
Lo veo allí arriba en la baca y le deseo que haga felices a estos muchachos –bueno, ya no tanto- que siguen teniendo mente de tales, aunque en su vida profesional hayan alcanzado ya metas que pocos de su generación han conseguido y yo estoy seguro que culminarán en el futuro los proyectos en los que se impliquen; espero ser testigo de ello.


A las 11 salimos de puerto, izamos la mayor con dos rizos, aunque el viento es de morro total.

Leo lo que han escrito Jesús y Carlos y me emociono, me siento orgulloso de haber podido formar parte de su vida e influir en ellos positivamente y que en la corta convivencia de dos semanas se generaran tantos sentimientos entre nosotros. Tal vez algo avergonzado por sus elogiosas palabras, pero a uno le gusta oír parabienes, aunque vengan deformados por el afecto. Así se compensan las críticas, que de todo hay en la vida y es bueno que así sea.



Dulcemente llega el momento del Ángelus, que tomamos en cubierta con sol y viento suave, cruzo los dedos pensando en el momento de doblar ese cabo que junto con el Ténaro y Maleas en Grecia, tienen fama de ser los  “Hornos” del Mediterráneo.

¡Qué rara se ve la cubierta sin el dingui reposando en ella! ¡El camarote de proa tiene luz natural!



Vamos dando bordos para ganar barlovento y poner rumbo al cabo de Palos, se encuentra a 93 millas ¡Por fin a las 19 horas tenemos al través el cabo de Gata con su “mechón canoso” en su pelambrera volcánica oscura! Parece que todo está en orden, sacamos la trinqueta pequeña, la mayor va con dos rizos desde puerto, es un poco exagerado, pero… más vale ser precavido.





La tarde invita a un gintonic, Madeleine Peyroux nos deleita con su voz melodiosa y lánguida, muy adecuada para el atardecer matizada por un saxo. CARELEES LOVE es mi canción preferida. En este estado de placidez, brindo por todos los tripulantes que lo serán en esta travesía, cuyas primeras millas, con sus primeras dificultades- ya han sido superadas.



Entramos en el golfo de Vera, donde por dos veces hemos estado rodeados de calderones, en las dos ocasiones nos bañamos rodeados por ellos ¿habrá una tercera? Me temo que no, entre otros aspectos porque gran parte será de noche. 

Calma el viento y el mar, podemos cenar el pollo cocinado en ¡África! ¡Qué lejos está ya! Es lo que pasa en esta vida nómada, se acumulan las experiencias y parece que lo que ocurre cada día se diluye en la memoria, detalles como éste ayudan a centrar.


La noche pasa tranquila, aunque el viento sigue en contra.

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